De vez en cuando me entra el gusanillo de escribir. Mi vida va a cuatro mil revoluciones y de vez en cuando parar, respirar y hacer el esfuerzo por plasmar mis pensamientos me es del todo imprescindible. Generalmente mis víctimas de estos arrebatos reflexivos son mis hermanas o algunas amigas escogidas que aguantan mi verborrea, pero otras veces siento la necesidad de retomar esta bitácora porque escribir tiene algo de trascendente que no tiene el hablar por el hablar. Escribir y publicar conlleva la responsabilidad de dejar plasmado y compartir y eso a veces te lleva a tomar acción o contradecirte un tiempo después y decir eso de: Dónde dije digo digo Diego!
Que por qué dejé de escribir? Pues porque no me apetecía, punto. A veces nuestro interior anda revuelto, descentrado, tapando fuegos y corriendo de un lado para otro. ¿Os suena? Así he estado mucho tiempo, silenciando esa vocecilla que me susurraba que me enfocara, que me centrara, que no estaba atendiendo lo más importante que era mi interior para luego poder atender lo exterior. Y de esa guisa me he sorprendido viendo una película con un ojo y acabando una novela con el otro, atendiendo la cena de los niños con una mano y contestando mails con la otra, atendiendo una llamada con una oreja y escuchando un audio con la otra. Y así, señor@s, no se puede vivir.
Vivimos en la era de la inmediatez, del multitasking, de los teléfonos inteligentes y de la tele por carta. Y todo eso está bien, es estupendo, pero tiene un grandísimo problema y es que, a la que nos descuidamos, hacemos muchas cosas y todas a medias, mal y pronto.
Lo importante requiere atención. El disfrute, la conversación, la educación, la empatía y el compartir requiere foco, miradas directas y oídos bien abiertos. Sólo así vivimos de verdad, sentimos de verdad y ayudamos de verdad. No se pueden mantener una relación sana y auténtica a través de una pantalla, seguro que tod@s tenéis la experiencia de ver a un amig@ con el que hablas todos los días por whastapp y al mirarlo a los ojos notas en un segundo que algo no va bien, que su expresión es más taciturna o su lenguaje más contenido. Y es que estamos diseñados para expresarnos con mucho más que un tecleo.
¿Y a santo de qué viene todo esto? Pues no lo sé, tenía necesidad de escribirlo para recordármelo a menudo. Y es que yo tengo la suerte de estar rodeada de personas que me quieren y porque me quieren me pegan collejas de realidad bien necesarias, pero a veces sencillamente me lo tengo que decir a mi misma, coger lápiz y papel y concretar.
¿Os pasa también? ¿Os sorprendéis a menudo yendo por la vida como pollos sin cabeza?